[LAURA CERDÁN] Por qué no educar en el castigo y sí en consecuencia
¡Buenos días lectores y lectoras! Espero y deseo que hayáis acabo bien el curso escolar y ahora nos esperan unas merecidas vacaciones para descansar, disfrutar y recargar pilas porque ha sido un curso escolar largo y agotador. Hoy os traigo una nueva entrada para la sección de psicología educativa. Seguramente muchos de los lectores y lectoras que siguen el blog la conocéis, ella es Laura Cerdán, psicóloga y psicopedagoga y nos habla de por qué no educar en castigo y sí en consecuencia.
Su trabajo como psicóloga lo compagina con la docencia en un Instituto de Formación Profesional. Ella ya ha colaborado conmigo escribiendo la entrada titulada: “el problema de cómo establecer límites” que ha gustado mucho a todos lectores y las lectoras que la han leído. Deseo que esta nueva entrada tenga la misma acogida que la anterior.
¡Os dejo con sus palabras!
El uso del castigo
El uso del castigo sigue siendo muy frecuente en muchos hogares. Ha sido y sigue siendo un recurso que, en ocasiones por repetición de patrones, se sigue usando actualmente con los niños. Más que un recurso para los niños, es un recurso para padres y madres. Aplicar un castigo sirve al adulto a extinguir la conducta a muy corto plazo.
El castigo es una técnica conductista centrada únicamente en el resultado inmediato, no en las consecuencias posteriores. Ante una conducta del niño que al adulto no le gusta, se aplica una sanción que consigue extinguir dicha conducta de inmediato sin pararnos a pensar si ésta volverá a repetirse, porqué el niño se ha comportado así o cómo se está sintiendo ese menor ante ese castigo.
Por tanto, podríamos decir que, a muy corto plazo, sí funciona si lo que queremos es extinguir dicha conducta. A largo plazo, veremos que no sirve si lo que queremos es educar y enseñar a hacerlo de otra manera más positiva.
La efectividad del castigo es a cortísimo plazo
Muchos padres y madres pensarán al leer este artículo que cuando castigan a su hijo/a, sí consiguen que deje de hacer X conducta. Y es así, realmente el castigo consigue que el menor deje de hacer tal cosa, pero no indaga sobre porqué el niño actúa así. Quizá detrás de ese mal comportamiento hay una llamada de atención, quizá hay una mala gestión de las propias emociones, quizá hay un problema que va más allá de la conducta inadecuada.
Al castigar, no valoramos qué está pasando ni le estamos dando al menor estrategias para aprender a hacerlo mejor. Esto inevitablemente provoca que esa conducta se acabe repitiendo más adelante. La única diferencia es que, probablemente, dicha conducta se repetirá a escondidas del adulto. El niño la acabará repitiendo no por mala intención sino, porque no sabe hacerlo mejor.
Y es que el castigo no le enseña al niño que algo está mal, sólo le enseña que a nosotros no nos gusta. Si no intentamos ver qué hay detrás de su mala conducta e intentamos enseñarle cómo hacerlo mejor, no estaremos enseñando nada.
Al aplicar un castigo, estamos aplicando una sanción al menor, de manera autoritaria, por la fuerza. La respuesta del menor siempre será aversión y rechazo. En función de su edad, manifestará esta respuesta de una manera u otra. Generalmente, el menor vive el castigo como algo injusto que hace sentir culpa y malestar. La culpa no enseña nada, sólo permite que el niño empiece a albergar en su interior rabia y resentimiento hacia sus padres y, con el tiempo, rebeldía.
¿Por qué seguimos castigando?
Vivimos en una sociedad adulto centrista que aún sigue pensando que el niño nace sabiendo. Damos por sentado que el niño sabe gestionar sus emociones, saber estarse quieto cuando toca, todo sin que nadie le enseñe a hacerlo bien, sino que pensamos que lo ha de hacer porque es coherente hacerlo como a nosotros nos gustaría que lo hiciera. Enfocamos el mundo desde el punto de vista del adulto. Y por eso culpamos al niño que no lo hace bien, sin pararnos a pensar qué hacemos mal nosotros como educadores que somos de nuestros hijos.
Castigar continuamente al menor por no hacer las cosas como nos gusta a los adultos inhibe su espontaneidad, lo vuelve temeroso de tomar sus propias decisiones y hace que sea fácilmente influenciable. Los niños que son castigados con frecuencia suelen carecer de habilidades sociales y mienten mucho más.
Se acostumbran a hacer las cosas a escondidas de sus padres precisamente para evitar el castigo que saben que va a darse. Por otro lado, los niños se vuelven temerosos de sus padres y dejan de confiar en ellos. Por tanto, es de esperar que, al llegar la adolescencia, los padres no sean las figuras de referencia a quien recurrir ante un problema.
Además, los niños comienzan a albergar poco a poco en su interior resentimiento e ira hacia quien continuamente les castiga. Es posible que en un inicio se vuelvan más introvertidos, precisamente por esa falta de espontaneidad que comentaba anteriormente. Esta introversión se hará extensible poco a poco a otros ámbitos distintos al entorno familiar, lo cual puede provocar falta de habilidades sociales y dificultad para relacionarse de manera asertiva.
Un cambio sí es posible
Debemos empezar a entender que el castigo no es la única forma de educar en un hogar. Es mucho más efectivo aplicar consecuencias en vez de castigos. Como decía, el castigo no enseña nada, en cambio las consecuencias enseñan que ante conductas positivas se logran resultados positivos y, por contra, ante conductas inadecuadas, se dan resultados negativos.
Si un niño trata mal un juguete, éste se acabará rompiendo. Si aplicáramos un castigo, el niño recibiría un azote o una reprimenda. En cambio, si aplicáramos una consecuencia, el niño tendría que reparar el juguete o, en su defecto, dejar de tener ese juguete por imposibilidad de seguir usándolo.
Si, además, el juguete fuera de otro niño, debería disculparse y ofrecerle uno alternativo. Podría darle a cambio uno de los suyos o ahorrar para comprarle uno nuevo. Como vemos no es lo mismo aplicar un castigo que una consecuencia. Mientras que las consecuencias permiten aprender con los errores cómo hacerlo mejor la próxima vez, el castigo o sanción supone una reprimenda sin enseñar nada.
¡Por aquí os dejo este enlace por si queréis ampliar información!
-13 Comentarios-
Muy de acuerdo con el artículo y también con el comentario de Aïna.Lo he vivido personalmente con mi hijo, su madre el patrón de castigo, yo el de consecuencia, el resultado fue que aprendió a mentir y ocultar de forma consciente, según le convenía.Tal vez lo bueno es que ahora como adulto (24 años) conoce ambos patrones y saber diferenciarlos.
Gracias por el artículo.
¡Gracias por comentar, Aïna! Como bien dices, a veces cuesta diferenciar. Sin embargo, debemos pensar que el castigo siempre es punitivo y se impone a la fuerza, mientras que la consecuencia es el efecto lógico que tiene un acto o una causa.
Por ejemplo, un niño no quiere comer. Si le castigo sin tele estoy aplicando un castigo. Si no come y más tarde tiene hambre, ésta sería claramente la consecuencia a su decisión de no comer.
¡Gracias por compartir tu experiencia, Tomás! Un problema a veces es que muchas parejas no comparten estilo educativo. Esto dificulta poner un método en práctica. Aún así, confío en que hayáis sabido llegar a un acuerdo en la mayoría de decisiones y ahora se vea reflejado en tu hijo ya adulto. Un abrazo, Laura Cerdán.
Brutal, como siempre. Sigo a Laura en redes sociales y me encanta. ¡Más artículos como éste!
¡Muchísimas gracias Cristina por tus palabras! Es muy gratificante ver que te gusta mi trabajo. Un abrazo, Laura.
Buenas noches. Lo he leído hace rato y aún estoy reflexionando. Sin duda alguna, lo pondré en práctica. Me considero mixta: primero les hago ver que lo que han hecho o dicho no está bien y lo argumento. Luego a veces, viene acompañado de un castigo. Hay otras veces, que directamente castigo y no doy explicación alguna. Me ha parecido súper interesante y enriquecedor. Muchas gracias a Juan Miguel por su interés y a tí, Laura, por tan importante aportación. Un abrazo.
¡Muchísimas gracias por compartir tu opinión, Estefanía! Me parece muy interesante explicar a los hijos, y argumentar si es necesario, el porqué está algo mal. Yo no diría «argumentar» sino «explicar» las consecuencias que pueden tener los actos. Estos les hace reflexionar e invita a tenerlo presente para futuras ocasiones. Un abrazo.
Gracias Laura por compartir información tan importante para poder acompañar a la infancia. Y gracias a ti Juan Miguel por este espacio tan importante, que cuidas cada día, como es tu blog.
Muchas gracias Gema, me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
¡Muchas gracias Laura por colaborar conmigo en el blog y por tus comentarios! También dar las gracias a los lectores y a las lectoras que leen el blog y comentan porque de esta manera tenemos un blog más vivo. Ojalá los docentes y las familias cambiemos las consecuencias por los castigos y de esta manera conseguir la educación respetuosa que queremos todos y se merece esta sociedad.
Pues sí que es fundamental tener presente la diferencia entre ambos, castigo y consecuencia. El problema se da cuando ocurre el hecho, perdemos la paciencia, nos olvidamos de darle al pequeño una explicación y vamos a lo más rápido…CASTIGAR!!!
Es cierto, que también surge la duda de cómo hacerlo de la manera más asertiva para educar en consecuencia y no en castigo, quizás como padres y educadores ejemplos reales nos ayudarian a verlo con más claridad.Enhorabuena por el artículo porque sí que merece la pena su reflexión, millón de gracias Jaanmi y Laura.
En efecto, y a veces lo que más cuesta es ver la diferencia. Un ejemplo sería:
Mi hijo no quiere comer.
Castigo: le dejó sin tele.
Consecuencia: no come. Por la tarde tendrá hambre pero tendrá que esperar hasta la hora de la merienda. De esta manera aprende que no comer implicará que después tendrá hambre y tendrá que esperar un buen rato.
Un abrazo y gracias por comentar, Pilar.
Muchas gracias Laura, con ese ejemplo si que dejas claro la diferencia entre ambos👌. Nos toca pararnos a pensar en la consecuencia directa y no adelantarnos aplicando el castigo. Gracias por tu ayuda.